Por Jorge Núñez
Poeta y periodista. Ex Coordinador del Consejo Municipal de Cultura de Gral. Pueyrredon
El líder en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica trascendió sus fronteras geográficas y los paradigmas de una época. Hoy su voz se replica en toda la aldea global.
Desde hace unos días los viajeros que arriban al Aeropuerto Internacional de Brasilia se encuentran con la exposición “Mandela: ícono mundial de la reconciliación” en homenaje a quien recibía el cariñoso apodo de “Madiba” (“padre” en lengua Xoxa, Padre de la República de Sudáfrica), organizada por el Instituto Brasil África en colaboración con la Fundación Nelson Mandela. Y el próximo mes la ONU invita a las personas de todo el mundo a celebrar el Día Internacional de Nelson Mandela (18 de julio, fecha de su nacimiento) contribuyendo con pequeñas cosas en sus propias comunidades, porque cada ser tiene la capacidad y la responsabilidad de forjar un mundo mejor.
Para entender la situación de Sudáfrica habría que buscar los orígenes de su proceso político, y para ello remontarnos al 1600, teniendo en cuenta la influencia que ejerce la presencia del imperio portugués, el holandés y el británico, sometiendo a las etnias originarias, explotando los recursos naturales y confrontando entre sí a lo largo de todo ese tiempo, provocando la división del territorio y la segregación racial.
Durante el S. XVII los europeos que llegaron a la región enfrentaron a los nativos, y durante más de 300 años de complejas relaciones políticas y económicas ejercieron la dominación sobre las poblaciones. A mediados del S.XX los Afrikaneers (grupo étnico de origen holandés, de religión calvinista) ampliaron su influencia al punto de hacerse con el poder en 1948, ganando las elecciones con el Partido Nacional. Sus valores e ideología constituyen el régimen de Apartheid (sistema de leyes racistas) que se impondrá por más de cuatro décadas.
El Congreso Nacional Africano emprendió la Campaña de Desobediencia Civil en 1952, a partir de la cual Nelson Mandela empieza a cobrar protagonismo. En agosto de 1962 es detenido, considerado un terrorista, y sentenciado a cadena perpetua. Fue el prisionero 466/64 (el número 466 del año 1964) en la isla de Robben durante 17 años, más otros diez años en dos prisiones diferentes, totalizando 27 años de reclusión.
Mientras estuvo en la cárcel su liderazgo creció y se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad. Las presiones locales e internacionales fueron en aumento (como la campaña “Free Nelson Mandela”), hasta que el presidente De Klerk anunció su liberación en 1990.
Mandela y De Klerk negociaron el proceso de democratización de Sudáfrica y en 1993 recibieron en forma conjunta el Premio Nobel de la Paz.
Ganó las elecciones en 1994 y encabezó una política de reconciliación nacional, constituyó la Comisión para la verdad y la reconciliación (presidida por Desmond Tutu), y se aprobó una nueva Constitución. Terminó su mandato en 1999, y desde entonces se dedicó a promover y divulgar los valores de la libertad y la paz, recibiendo premios y homenajes, entrevistándose con lideres mundiales, dando conferencias y reuniones, hasta su fallecimiento en 2013..
La acción de Mandela se da en un escenario signado por conflictos bélicos, ideologías en pugna, la “guerra fría”, lucha generacional, pacifismo, guerrilla antisistema, independencia en diversos países del África y movimientos internaciones por los derechos humanos. Su reclusión en la cárcel por un lapso tan prolongado no fue motivo de fracaso o resignación. Estudió y planificó tejiendo una trama a corto, mediano y largo plazo. Avivó la llama de sus ideales en conexión con otros, con objetivos políticos muy definidos, dándole tiempo al tiempo. Sin dejar de creer en la acción directa le dio paso al pensamiento reflexivo. Descubrió que la reconciliación era la llave para abrir una posibilidad de cambio: él podía considerar a sus enemigos como algo más, como “el otro”; y “ellos” también podrían ser pasible de transformación.
El compromiso moral y social de Mandela se expresó de diversas formas a lo largo de 60 años de vida pública. No fue el único, ni el primero ni el último de los luchadores por los derechos civiles en Sudáfrica. Tampoco logró una revolución que transformara sustancialmente a su país: sigue habiendo miseria, desempleo, enfermedad y violencia. Pero sus acciones ejemplares, su influencia en el medio y su capacidad como político y estadista señalan un camino a seguir.
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